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El espíritu imparable

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3:28 horas de una madrugada de finales de mayo de 2009. Un autobús circula a la altura de Toledo volviendo de Cáceres con medio centenar de aficionados del Yeclano. Entre algún ronquido y ese silencio ruidoso de sueño entrecortado de carretera, un ilustre aficionado azulgrana entra en directo en el programa radiofónico ‘Hablar por hablar’.

-“Llamo porque necesito contarle a toda España que estoy orgulloso de mi Yeclano. Un equipo con gente de mi pueblo que empezó en Primera Territorial hace unos pocos veranos y que hoy ha puesto contra las cuerdas a uno de los favoritos para ganar el play-off a 2ªB. Hemos perdido en la prórroga. Estamos rotos porque lo hemos rozado. Pero con lo que hemos vivido en este viaje, con este equipo, con el emocionante recibimiento que le hemos hecho a los jugadores y con la entrega que han demostrado tener por nuestros colores, esto va a ser inolvidable y estoy convencido que imparable”.

Había nacido el espíritu de Trujillo. Aquel pasillo de apoyo emocionado, de irracionalidad y de identidad colectiva que vivimos en el precioso pueblo natal de Pizarro conquistó el destino futbolístico que, meses después, el trabajo constante, la unión y la rebelión por la utopía acabó forjando aquel irrepetible ascenso.

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Placa conmemorativa que la Federación Murciana de Fútbol entregó al Yeclano Deportivo por su ascenso en la temporada 2009/2010

Y sí. Deliro metafísicamente porque, con cinco años de perspectiva, sigo fascinado por cómo un equipo, después de perder prácticamente todas sus opciones ligueras en Pinatar ante un rival directo, hace una remontada desbancando especialmente a tres auténticos equipazos con la lucha común de alcanzar el play-off; logra después remontar un 2-0 en la primera eliminatoria; hace lo propio en la segunda; y agoniza durante 210 minutos ante un rival objetivamente superior hasta alcanzar la gloria desde un punto de cal y unos guantes de Fran.

Lo divino y lo humano se debió de unir en aquel verano del Iniesta de mi vida y Yeclano de mi corazón. Se me siguen erizando los pelos cada vez que recuerdo los goles en el Artés Carrasco. La fila coches rumbo a Alcorcón. Los 40 minutos eternos esperando a la ambulancia. El gol a la contra de aquel iluso córner. Los hat-trick  y la meritoria cojera de Juan Carlos. Los 70 metros lisos sin portero de Tonete. Los disparos canarios frustrados de Pablo Box. El mosaico azulgrana de una La Constitución a reventar. El recibimiento a las puertas del hotel Tudanca de Miranda. El remate de José Ramón y el pertinente remache de Tonete. Las banderas azulgranas por aquella encharcada pista de atletismo. La expulsión de Valdeolivas. El penalti de Vilaseca

No hubo golpe ni batacazo que no tuviera solución. Ni las costillas del capitán Pedro,  ni las ventiscas de Fuerteventura, ni la supremacía de los pura cepa de la Rioja lograron derribar al Yeclano. Los jugadores que se sintieron los mejores y más afortunados del mundo. Sandroni y su cuerpo técnico, los más correspondidos y acertados del mundo. Pedro Romero y su directiva, los más orgullosos y realizados del mundo. Los aficionados, los más felices y emocionados del mundo. Y hasta los locutores nos sentimos los más privilegiados del mundo.

Entre todos, fue entre todos. Lo hicimos porque no sabíamos que era imposible. Y desde entonces, tengo la firme convicción de que volveremos a disfrutar de algo así porque va en nuestro espíritu con denominación de origen Yecla.

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